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Las algas del hielo

Imagen de portada: mapa de «Los tres viajes por el Ártico», de W. Barents [Fuente: Sutori]

Estoy muy bien, amigo. Espero correr por esas laderas antes de que lleguemos.

Willem Barents (junio, 1597). Fuente: 500 años de frío (Autor: Javier Peláez, 2019).

Que la realidad supera (tristemente) a la ficción es una frase que hoy cobra pleno sentido en muchos países, entre ellos España, que es donde vivo.

Al mismo tiempo no dejo de pensar en la suerte de estar en una parte del mundo donde la calidad de vida –en promedio– es envidiable para tantas personas que luchan por llegar a Europa huyendo de guerras, hambre y enfermedades. Muchas veces dejándose la vida en el camino o hacinados en campos de refugiados en nuestras fronteras.

Nos han sacado bruscamente de nuestra burbuja de confort. Desde ella contemplábamos calamidades en la distancia y ahora sufrimos con extrema dureza una catástrofe sanitaria, social y económica. Eso sí, con la protección de un estado que puede afrontar el problema mal que bien. Si no fuese así también nosotros huiríamos a otra parte. No olvidemos esto cuando todo haya pasado.

Pero lo cierto es que, aún así, en España dependemos del exterior para obtener muchos recursos, p.ej. a través de la compra o donación de material para cubrir la urgente necesidad de equipos de protección individual y tests para diagnosticar el SARS-CoV-2.

Homenaje de la policía al personal sanitario (Hospital Álvaro Cunqueiro, Vigo). Fuente: El Metropolitano (22-III-2020).

Habrá que revisar nuestras prioridades y ver en qué hemos fallado.

Sin entrar en plazos de reacción y medidas políticas (que también deberán analizarse), debemos exigir que se haga un esfuerzo serio en este país por mejorar las condiciones laborales del personal sanitario, aumentando plantillas y dotándolas de más y mejores medios. ¡Aplaudirles está muy bien! pero hay que recuperar mucho terreno perdido tras la crisis de 2008.

Y también invertir en investigación al menos el porcentaje promedio del PIB que dedican nuestros socios de la UE.

Pero de este asunto ya traté en otra ocasión: Fútbol y Ciencia.

Vamos al tema de hoy. Llevo más de una semana confinado en un piso de 88 m2 con mi pareja (un gato y un puñado de peces tropicales), saliendo únicamente para lo esencial.

Y dado que nuestras vidas transcurren en un espacio limitado suspendidas en el tiempo, he pensado que podría hablar de otros seres confinados: las algas del hielo. En concreto las del Ártico.

Foca barbuda (Erignathus barbatus) en el mar de Barents. Autor: Norwegian Polar Institute. Fuente: Barentsportal.com
W. Barents (c.a. 1550-1597). Fuente: Wikimedia commons.

El mar de Barents debe su nombre al explorador Willem Barents, quien intentó encontrar una ruta para comerciar con las Indias a través del Atlántico Nordeste.

El suyo era un reto demasiado ambicioso para la tecnología del s.XVI: cruzar el Ártico.

Sin embargo, consiguió alcanzar los 80 ºN en la última de sus intrépidas expediciones. Todo un récord para la época acompañado del descubrimiento de Svalbard y Spitsbergen.

Si desean aprender más sobre Barents y la apasionante historia de las expediciones en el Ártico les recomiendo 500 años de frío, un librazo de Javier Peláez.

Precisamente uno de los nombres más destacados en esa historia, Fridtjof Nansen (1861-1930), describió en 1906 los microorganismos de las comunidades del hielo en la primera expedición polar noruega (1893-1896).

Editorial Crítica (2019).

Se trató de una expedición increíble: a bordo del «Fram», diseñado para resistir atrapado en el hielo del Ártico según los planes de Nansen. Lean el libro si pueden.

En el hielo habita una comunidad compleja en la que no falta de nada: virus, bacterias, hongos, microalgas y zooplancton.

Las microalgas del hielo (o simpágicas) pueden vivir en él todo el año o establecerse sólo de forma estacional.

Su óptimo de crecimiento está entre -0,5 y 4 ºC (bastante por encima de la temperatura a la que suelen vivir). Para observarlas vivas en el microscopio hay que mantener la muestra refrigerada porque si no se «fríen».

El grupo más estudiado y diverso son las diatomeas (pennadas, -con simetría bilateral- y céntricas, -simétricas radiales-).

Diatomeas aisladas en el Ártico. Fuente: vaulot.netlify.com

También pueden abundar flagelados fotosintéticos (haptofitas, clorofíceas, dinoflagelados), que proliferan en charcas de derretimiento.

¿Hay algas del hielo que aparezcan en ambos Polos?

Igual que sólo hay osos polares en el Ártico y pingüinos en la Antártida, la mayoría de algas simpágicas sólo se encuentran bien en el Polo Norte o en el Sur. No obstante, muchos géneros sí son cosmopolitas y existen ejemplos de especies bipolares: dinoflagelados (Polarella glacialis) y diatomeas (Fragilariopsis cylindricus).

En el mar de Barents predomina el hielo joven (anual) sobre el antiguo (plurianual) y las microalgas simpágicas se establecen en su cara inferior a partir del otoño.

El hielo es un bioma muy complejo con distintos microhábitats en función del espesor, salinidad, porosidad, antigüedad, etc.

Sección de hielo ártico mostrando una franja de color a causa de las diatomeas simpágicas. Fuente: windows2universe

La localización de los microorganismos en él (superficial, intersticial, bajo el hielo) condiciona la luz y la dinámica y composición de las comunidades. Las poblaciones más complejas suelen estar asociadas al hielo antiguo.

El hielo ofrece a las microalgas la ventaja de mantenerlas en superficie, ajenas al movimiento vertical del agua.

Por ello las algas simpágicas desarrollan sus poblaciones antes que las planctónicas…

En el mar de Barents desde el mes de febrero, mientras que el fitoplancton en la columna de agua suele proliferar en abril, al aumentar la estabilidad superficial.

A medida que avanza el deshielo primaveral, las algas simpágicas se convierten en un primer alimento esencial para el zooplancton –y para la cadena trófica pelágica y bentónica-.

Esquema recreando el bioma del hielo y las algas simpágicas que crecen bajo la superficie. Fuente: arcticjournal.ca

Como nota curiosa, en el Ártico no hay crustáceos equivalentes al krill antártico (Euphausia superba) y su posición ecológica la ocupan anfípodos (Themisto libelula, Apherusa glacialis) y copépodos pelágicos (Calanus spp.).

Según retrocede el hielo, este deja tras de sí una capa superficial estable, de baja salinidad, donde proliferan microalgas a medida que se liberan al mar.

Al inicio suele ocurrir una sucesión de diatomeas y luego, cuando escasean los nutrientes, abundan más los flagelados.

Las estrategias para sobrevivir durante el invierno y la noche perpetua del Ártico no están del todo claras. Se supone que lo habitual es 1) que reduzcan sus tasas metabólicas y/o 2) la producción de formas de resistencia (parecidas a células vegetativas pero enriquecidas en pigmentos, lípidos y azúcares).

Dichas células sedimentarían en el fondo del océano y se resuspenderían a finales del invierno, siendo atrapadas por el hielo que vuelve a crecer en superficie, iniciando así un nuevo ciclo anual…

Melosira arctica. Autora: Susanne Busch. Fuente: Nordic microalgae.

A partir de cierto grosor (>15 cm) el hielo se tiñe de marrón debido a diatomeas de los géneros Thalassiosira, Porosira, Chaetoceros, Fossula, Nitzschia, etc.

Sus colonias tapizan la base del hielo, mecidas por las corrientes como una oscura alfombra con largos mechones agitados sobre el mar.

En el hielo más viejo (plurianual), llegan a superar un metro de longitud, y se han llegado a medir extensiones de hasta 5-6 metros !!

La especie omnipresente en esas comunidades del Ártico es Melosira arctica, que sirve de sustrato a su vez para diatomeas epífitas como Attheya septentrionalis.

Apherusa glacialis, un anfípodo herbívoro estricto, alimentándose de diatomeas (Melosira arctica). Autor: G. Johnsen. Fuente: Ecosystem Barents Sea (2009).

Las algas simpágicas son esenciales en la cadena trófica del Ártico –desde el zooplancton hasta peces y mamíferos-.

Su contribución a la productividad primaria es relevante y en primavera pueden suponer el 100% en aguas superficiales.

Existen registros ocasionales de mamíferos como focas y osos polares alimentándose de los mechones de diatomeas simpágicas (M. arctica).

Los osos polares necesitan del hielo para sobrevivir: en él cazan, se desplazan y reproducen.

Pues bien. Un estudio reciente en Canadá sobre 55 osos polares demostró que el 86% del carbono de su dieta procedía de diatomeas simpágicas y no del fitoplancton en la columna de agua (Brown y col. 2018).

Oso polar (Ursus maritimus) en el mar de Barents. Autora: Angelika Renner / Norwegian Polar Institute. Fuente: icepeople.net

¿Y cómo lo averiguaron? Porque las diatomeas simpágicas sintetizan lípidos específicos (isoprenoides de 25 átomos de carbono, «IP25«) que pueden trazarse a lo largo de la cadena trófica y estimar su importancia e impacto en el ecosistema.

Mediante análisis cromatográficos pudieron cuantificarlos y conocer su proporción frente a lípidos marcadores de diatomeas pelágicas.

Cambio climático y algas del hielo.

En los últimos 30 años el hielo del Océano Ártico ha reducido un 45% su extensión durante el mínimo del verano.

Esta tendencia unida al adelgazamiento y fragilidad del hielo tendrá consecuencias para las algas simpágicas y la cadena trófica que depende de ellas. Aunque los cambios en la composición y producción primaria son difíciles de predecir con los modelos actuales, condicionados por nuestro conocimiento limitado de los ciclos biogeoquímicos en las regiones polares.

Lo que sí sabemos es que las microalgas pueden acelerar el derretimiento del hielo. En concreto en los glaciares de Groenlandia.

Así era el campo de estudio donde muestrearon Williamson y col. (2020) en Groenlandia. Autora: Jenine McCutcheon. Fuente: phys.org

La biología juega un papel destacado en la reducción del albedo en Groenlandia en las últimas décadas.

Se considera de hecho el factor más importante por encima de las partículas inorgánicas de origen natural o antropogénico (incendios, erupciones volcánicas, etc).

Mesotaenium berggrenii, en un glaciar de Nepal. Fuente: wrc.kyoto

Este mismo año se han publicado dos estudios en el Ártico, confirmando que un bloom en 2017 de microalgas de agua dulce (Mesotaenium berggrenii y Ancylonema nordenskioldii) en glaciares del suroeste de Groenlandia, intensificó el derretimiento del hielo.

Ambas son algas verdes de la clase Zygnematophyceae y poseen un compuesto fenólico parecido a la purpurogalina que absorbe intensamente en el UV y la parte más energética del espectro visible.

Su concentración en las células es 11 veces mayor a la de la clorofila a y su función es proteger a los cloroplastos del exceso de luz.

Absorción relativa del compuesto fenólico y los demás pigmentos fotosintéticos y fotoprotectores en las microalgas verdes del bloom. Fuente: Fig.2A de Cook y col. (2020).

Tan a salvo que gracias a ese «filtro solar» están adaptados a baja luz a pesar del brillo cegador del verano en el Ártico !!

La consecuencia es que dicho pigmento fenólico oscurece (y reduce el albedo) del hielo, devolviendo en forma de calor el exceso de radiación perjudicial para la fotosíntesis, contribuyendo hasta en un 10% al derretimiento de los glaciares en el suroeste de Groenlandia.

Referencias:

  • Brown T.A. y col. High contributions of sea ice derived carbon in polar bear (Ursus maritimus) tissue. Plos One 13(1): e0191631 (2018).
  • Cook J.M. y col. Glacier algae accelerate melt rates on the south-western Greenland Ice Sheet. The Cryosphere 14:309-330 (2020).
  • Peláez J. 500 años de frío: la gran aventura del Ártico. Editorial Crítica, 320 pp. (2019).
  • Sakshaug y col. (Eds.) Ecosystem Barents Sea. Tapir Academic Press, 587 pp. (2009).
  • van Leeuwe M. y col. Microalgal community structure and primary production in Arctic and Antarctic sea ice: A synthesis. Elem. Sci. Anth. 6:4. (2018).
  • Williamson C.J. y col. Algal photophysiology drives darkening and melt of the Greenland Ice Sheet. PNAS 117:5694-5705 (2020).

Escalera hacia el cielo…de CO2

Imagen de portada: Coral (Autora: Valeria Nascimento). Exposición: «The Ancient Oceans».

Editorial Xerais (2019). Fuente: tiempo.com

Para comprender y predecir la evolución del clima ha sido esencial conocer la influencia de factores como los cambios en la órbita del planeta, actividad solar, la circulación del océano y gases de efecto invernadero, entre otros.

El libro «Os tempos e o clima de Galicia» (2019) (entre cuyos autores figura Xavier Fonseca, creador de «Historias del tiempo» en La Voz de Galicia), dedica uno de sus capítulos al cambio climático.

En él adaptan una gráfica de Miller y col. (2014) con el forzamiento radiativo de varios factores (calculado desde 1850), señalando a los gases de efecto invernadero como responsables del aumento global de temperatura.

El forzamiento radiativo o climático es la diferencia entre la luz solar absorbida por La Tierra y la energía devuelta al espacio. El artículo original incluye más factores y otro gráfico con la parte antropogénica y natural del forzamiento radiativo que hablan por sí solas…

a) Forzamiento radiativo, b) la misma variable, dividida en origen natural y antropogénico. Fuente: Miller y col. (2014).

Entre las emisiones de gases con efecto invernadero destaca el CO2 procedente de la quema de combustibles fósiles desde finales del s.XIX (80% del total de emisiones entre 1970-2010), asociado estrechamente con el calentamiento global. Sobre esta asociación veremos más adelante una gráfica muy ilustrativa (para estamparla en una camiseta, vamos).

El clima del planeta ha sufrido cambios continuos y seguirá cambiando en el futuro, pero esta es la primera vez que lo hace empujado por la actividad humana.

La temperatura promedio del planeta ha subido alrededor de 1ºC en 2017 respecto a la época pre-industrial (1850-1900), con un rango de 0,8-1,2ºC según el IPCC.

Pero un dato aislado como éste ¿es mucho o poco? para saberlo necesitamos ponerlo en contexto a los ciclos climáticos de La Tierra en una serie de tiempo mayor. Y la tenemos...

En la actualidad disponemos de una serie moderna de 800.000 años con medidas directas y precisas de CO2, y estimaciones antiguas que se remontan a cientos de millones de años.

En la serie moderna hay dos grupos de medidas. Por una parte los datos de CO2 del observatorio Mauna Loa (Hawaii) iniciados por C. David Keeling en marzo de 1958.

En ella los niveles de CO2 han aumentado desde 315,71 a 413,92 ppm (junio 2019), una subida del 31% en 6 décadas, cada vez más rápida.

Por otra parte tenemos medidas directas a partir del hielo. Las capas de varios kilómetros de espesor que cubren regiones polares en Groenlandia y la Antártida retienen burbujas de aire que permiten conocer los niveles de CO2 (y estimar la temperatura mediante el fraccionamiento isótopico del agua).

Los testigos de hielo estudiados en Groenlandia se remontan a 123.000 años y los de la Antártida hasta 800.000 años. Las historias que narran son similares respecto al CO2, pero difieren en un aspecto fundamental: en Groenlandia se han registrado cambios bruscos de temperatura (estimados de hasta 8 ºC en 40 años!) ausentes en la Antártida (Alley, 2000).

Capa de hielo Laurentino. Fuente: serc.carleton.edu

Dichos cambios, únicos para el hemisferio norte, se han relacionado con alteraciones en el flujo de calor en el océano ligadas al aumento/retroceso de la capa de hielo Laurentino en Norteamérica entre 95.000-6000 años atrás.

La serie de CO2 más larga disponible en la actualidad es la del testigo de hielo «Dome C» en la Antártida (Jouzel y col. 2007) obtenido durante el proyecto europeo para la extracción de núcleos helados (EPICA).

El «Dome C» incluye 800.000 años, con ocho periodos glaciales y los correspondientes interglaciales, a lo largo de unos 3.200 metros de hielo.

En esta simulación de NOAA pueden observar la variación del CO2 combinando todos estos datos -desde 2017 hasta 800.000 años atrás- incluyendo testigos de hielo de Groenlandia y la Antártida.

CONCLUSIÓN: los niveles de CO2 nunca superaron los 300 ppm en los últimos 800.000 años, hasta comienzos del s.XX.

Y aquí tienen la oscilación temporal de CO2 y temperatura, calculada mediante los isótopos del agua (el fraccionamiento o pérdida del isótopo pesado deuterio (2H)), a partir de muestras del «Dome C». El final de las épocas glaciales se caracteriza por subidas de temperatura de 4-7 ºC a lo largo de unos 5.000 años. Las tasas actuales son unas 10 veces superiores.

La gráfica para estampar en una camiseta. Fuente: NOAA.

Bien. Sigamos atando cabos. Ahora les mostraré otro gráfico menos habitual en los medios de comunicación que da pie a la parte final de esta entrada donde hablaremos del fitoplancton.

Fuente: Scripps CO2 program.

Lo que vemos aquí es la desviación negativa en la relación isotópica del carbono 13 (13C), inversa a la evolución positiva del CO2 (aunque no tan perfecta en series temporales más largas).

EXPLICACIÓN: La quema de combustibles fósiles añade CO2 a la atmósfera con una señal isotópica característica: carece de 14C debido a su antigüedad y está empobrecido en 13C. La gráfica anterior es una de las principales evidencias del origen antropogénico del aumento de CO2.

El carbono posee tres isótopos (12C, 13C y 14C). Los isótopos 12C y 13C son estables y a diferencia del 14C se mantienen constantes en la materia orgánica a lo largo del tiempo. El isótopo más abundante con diferencia es el 12C (98.9% frente a 1.1% de 13C).

La relación 13C/12C en plantas terrestres y microalgas es menor que en la atmósfera. Autor: F. Rodríguez.

En la incorporación de carbono en la fotosíntesis, plantas terrestres y microalgas (en concreto la enzima RUBISCO responsable de la fijación de carbono) discriminan a favor del isótopo ligero 12C respecto al 13C, por lo que su relación isotópica se empobrece en 13C.

Los combustibles fósiles (carbón, hidrocarburos, gas natural) que quemamos emitiendo CO2 a la atmósfera tienen su origen principalmente en microalgas y plantas terrestres, de ahí el descenso observado en el fraccionamiento isotópico del 13C.

Hasta aquí sólo hemos tratado de la serie moderna de CO2, pero ¿cómo estimamos los valores que había millones de años atrás?

Para estimar niveles de CO2 más allá de los testigos de hielo usamos paleobarómetros, principalmente fraccionamientos isotópicos a partir de microorganismos en sedimentos marinos.

El primero de dichos paleobarómetros emplea el fraccionamiento isotópico del 13C debido a la fotosíntesis, y analiza unos compuestos muy concretos: alquenonas, producidas por algunas especies de microalgas pertenecientes al grupo de las haptofitas.

Las alquenonas actuales proceden de Emiliania huxleyi y Gephyrocapsa oceanica, aunque antes del Plioceno (>5 Ma.) las responsables fueron otras especies (ya extintas, p.ej. del género Reticulofenestra).

El segundo paleobarómetro consiste en el fraccionamiento isotópico del 11B en las conchas de foraminíferos (zooplancton).

Ambos métodos muestran discrepancias dado que los valores de CO2 estimados proceden de organismos y procesos distintos.

Entre otros, un estudio reciente (Badger y col. 2019) indica que en los períodos con niveles más bajos de CO2, como los últimos 20 millones de años, el paleobarómetro de alquenonas tiene peor resolución debido a los mecanismos de concentración de carbono en las haptofitas.

El motivo es que dichos mecanismos de concentración aumentan el CO2 intracelular para contrarrestar la limitación en el medio y en consecuencia el fraccionamiento isotópico no recogería las oscilaciones del CO2 en el océano en dichas condiciones (y por extensión, en el aire).

Niveles de CO2 estimados mediante el paleobarómetro basado en alkenonas de haptofitas en una región ecuatorial del Atlántico (azul) y otras estimaciones anteriores (rojo). Fuente: Zhang y col. (2013).

Los niveles de CO2 mediante estos paleobarómetros señalan que los últimos 14 millones de años han sido la época con valores más bajos.

Sin embargo, la escalada actual del CO2 sigue un ritmo diez veces superior a los estimados en un período mayor, de hasta 66 millones de años.

Este brusco y rápido aumento del CO2 supone un reto adaptativo para los organismos que deben afrontar en un período breve de tiempo.

Un reto que será cada vez más difícil si las condiciones ambientales progresan en la dirección actual.

Editorial Destino (2019). Fuente: planetadelibros

En su último libro Juan Luis Arsuaga cita una metáfora preciosa sobre la evolución de las especies: los paisajes adaptativos, de Sewall Wright (1932).

En concreto me quedo con la visión que comenta de George Gaylord Simpson: el paisaje adaptativo como un mar picado que cambia muy lentamente y las especies con él.

Los picos del mar serían nichos ecológicos sobre los que se superponen las adaptaciones de las especies.

En este paisaje adaptativo cuando las especies no pueden seguir a los picos en movimiento, se quedan atrás.

«La escalera hacia el cielo de CO2» que levantamos desde hace más de un siglo está encrespando el paisaje adaptativo, haciendo que más y más especies se queden atrás…tal y como sugiere un trabajo recién publicado en Nature Communications: «Adaptive responses of animals to climate change are most likely insufficient» (Radchuck V. y col. 2019).

Un ejemplo de predicción catastrófica para un ecosistema marino se encuentra en el informe reciente del IPCC (2018) sobre la diferencia entre el impacto de un aumento de 1,5 ºC (el límite perseguido por el acuerdo climático de París de 2015) o de 2 ºC respecto a la época preindustrial. Pues bien, en él concluyen lo siguiente para los arrecifes de coral:

«Coral reefs, for example, are projected to decline by a further 70-90% at 1.5ºC (high confidence) with larger losses (>99%) at 2ºC (very high confidence)«.

Referencias

  • Alley R.B. Ice-core evidence of abrupt climate changes. PNAS 97:1331-1334 (2000).
  • Badger M.P.S. y col. Insensitivity of alkenone carbon isotopes to atmospheric CO2 at low to moderate CO2 levels. Clim. Past. 15: 539–554 (2019).
  • IPCC. Global Warming of 1.5ºC. 26 pp. (2018). Disponible en www.ipcc.ch
  • Jouzel J. y col. Orbital and Millennial Antarctic Climate Variability over the Past 800,000 Years. Science 317:793-796 (2007).
  • Prentice I.C. y col. The carbon cycle and atmospheric carbon dioxide (2018). 56 pp. Disponible en www.ipcc.ch
  • Radchuk V. y col. Adaptive responses of animals to climate change are most likely insufficient. Nat. Comm. 10:3109 (2019).
  • Zeebe R.E. y col. Anthropogenic carbon release rate unprecedented during the past 66 million years. Nat. Geosc. 9:325-329 (2016).
  • Zhang Y.G. y col. A 40-million-year history of atmospheric CO2. Phil. Trans. R. Soc. A 371: 20130096 (2013).
  • Fuentes web: NOAA (Global warming), Scripps CO2 program, Earth Observatory NASA.

Un mundo frío y seco

Imagen de portada: fiordo de Inglefield Bredning (Groenlandia, 13 junio 2019). Autor: @SteffenMalskaer

Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero si la acompañamos de un titular sensacionalista corremos el riesgo de desinformar, o de incluso perder la credibilidad.

El escepticismo es el mejor punto de partida. Yo diría más: es una actitud imprescindible para no caer en bulos y tener una opinión informada y actualizada sobre cualquier tema. Nos la podrán colar, pero pongamos un filtro para reducir las posibilidades.

La imagen de los huskies tirando de un trineo sobre una capa de agua en Groenlandia es real e impactante. Pero su propio autor, el científico danés Steffen M. Olsen, debe seguir todavía abrumado por la onda expansiva y las interpretaciones de toda clase que ha generado.

Pongo varios ejemplos: «El drama del deshielo de Groenlandia en una sola foto» (El País, 19-VI-2019), «No son perros caminando sobre el agua, es Groenlandia derritiéndose» (La Voz de Galicia, 20-VI-2019), o «La foto viral que muestra la monstruosa magnitud del deshielo que sufre Groenlandia» (Periodista Digital, 18-VI-2019).

Vaya por delante que nadie con acceso al conocimiento científico actual puede negar la evidencia del cambio global y de su origen antropogénico a través de la quema de combustibles fósiles responsable del aumento de CO2 y de la temperatura media del planeta. Nadie.

Pero no deben creerlo porque yo se lo diga, como el gurú de una secta, sino porque detrás de esa frase la comunidad científica ha acumulado datos objetivos y contrastables que así lo demuestran.

El acceso a esos datos no depende de que le inviten a uno al panel de expertos del IPCC, mal iríamos, sino de que la información se transmita a todos los públicos desde libros, prensa, medios audiovisuales, charlas a pie de calle y centros educativos.

En la información de ciencia debemos aplicar el mismo principio de trazabilidad que con la comida. Fiable es todo aquello que podamos trazar al origen, en este caso a trabajos de instituciones de investigación y académicas (organismos públicos de investigación y universidades), publicados en revistas internacionales revisadas por pares. Claro que hay excepciones, una ristra de ellas, pero este filtro es imprescindible.

Si leen una noticia de ciencia y no hay referencias al estudio original, desconfíen. Busquen medios que incluyan enlaces a las fuentes.

Aquí entra la importancia del rigor y el entretenimiento en la comunicación y divulgación científica: elaborar un mensaje para todos los públicos sin caer en ingenuidades o complejidades que a nadie interesan. Suena difícil y lo es.

Yo lo veo como cruzar un río sobre unas piedras. El artículo científico original es un suelo firme y ancho que construimos los investigadores pero yermo y aburrido para el público en general.

El truco está en romper ese suelo y descubrir el río de evidencias que se oculta bajo él, dejando sólo una fila de piedras para cruzar a la otra orilla. Esas piedras simbolizan la idea esencial y el río la información necesaria para entender, razonar y defender nuestra postura ante los demás.

Quienes nos movemos entre la investigación y la divulgación corremos el riesgo constante de no saber cómo romper el suelo o de hacerlo con tanto ahínco que nadie quiera (ni pueda) cruzar el río!

Aquí van otros ejemplos de cómo se ha titulado la imagen: «La foto viral del deshielo en Groenlandia oculta una gran paradoja científica» (Traveler, 24-VI-2019), «Soaring Temperatures Speed Up Spring Thaw on Greenland’s Ice Sheet» (NY Times, 17-VI-2019), o «Photograph lays bare reality of melting Greenland sea ice» (The Guardian, 18-VI-2019). Los textos de estas noticias son rigurosos y les invito a leerlos.

Porcentaje de la superficie fundida del hielo de Groenlandia en lo que llevamos de 2019 frente al promedio 1981-2010. Fuente: National Snow & Ice Data Center

La imagen de Groenlandia ilustra un fenómeno habitual en verano, acelerado e intensificado en las últimas décadas por el cambio global. Pero por sí sola no es más que un símbolo. Así lo explicaba el propio autor: «the image was more symbolic than scientific to many.” (CTV News, 18-VI-2019).

Dicho de otro modo, es un magnífico ejemplo de cómo romper el suelo, pero dejemos algunas piedras para poder cruzar el río: datos y contexto.

En la próxima entrada hablaremos del CO2 y de la temperatura en nuestro planeta, y de restos fósiles del fitoplancton para estimar los niveles de CO2 cuando los dinosaurios campaban a sus anchas. Gracias a ello sabemos que nuestro mundo de hoy es frío y seco desde la perspectiva de un dinosaurio, claro!