Un mar de Verne #3: La isla misteriosa
Aquí está el tercer capítulo dedicado a Verne y el mar. Les recuerdo que son cuatro entradas en las que desvelo el contenido de «Un mar de colores para el Nautilus«.
Sí, esa charla que preparé para el 9 de mayo en «La Pecera» (Vigo), y que luego he repetido en «O Cafeciño de Eloy» (Nigrán) el 5 de julio y en el Parque Náutico de Castrelo de Miño el 27 de julio para «Solpores no Náutico« organizado por Dosi Veiga de DIVULGACCION.
Muchas gracias a todos los que habéis podido ir a verla. Yo me lo he pasado en grande y espero que vosotros también!

Ilustración de Jules Férat para la edición original de La Isla Misteriosa (1874). En primer plano está «Top». Fuente: Wikimedia commons.
«La Isla Misteriosa» está considerada como una de las obras maestras de Verne.
Se trata de un libro que rebosa fantasía y ciencia por los cuatro costados: física, astronomía pero sobre todo química.
De esta novela les contaré dos historias: «El dugongo« y «El volcán«.
En la isla misteriosa caen del cielo cinco náufragos una noche de tormenta, rehenes de la Unión que habían escapado en un globo aerostático de los Confederados en Richmond durante la guerra de secesión norteamericana.
Entre los personajes destacan el líder del grupo, el ingeniero Ciro Smith, y un periodista, Gedeón Spilett. No falta tampoco el clásico criado negro, Nab (estamos en pleno s. XIX) y tienen hasta una mascota, el perrito “Top”.
Luego capturan y domestican a un orangután, “Júpiter” (Jup), que se convierte en uno más de la pandilla.
A la isla le ponen el nombre de Lincoln y está en el Pacífico Sur.

La isla de Lincoln y Formentera casi parecen imágenes especulares. Fuente: wikimediacommons & viatgeaddictes.com
Tal y como mencionó Nicolás Moragues (historiador, Universidad de las Islas Baleares) en el Encuentro Internacional De Verne a Vigo este mismo año, la isla de Lincoln tiene un sospechoso parecido con Formentera.
Otro detalle fundamental es que la isla Lincoln está dominada por un imponente volcán activo.
En “La Isla Misteriosa” Verne menciona los usos culinarios de las algas en los países asiáticos.
Pero no es esto de lo que quería hablarles.
Las siguientes líneas dan una idea de por donde transcurre buena parte de la novela:
«Ciro Smith y Gedeón Spilett trabajaban juntos, unas veces como químicos y otras como físicos.»
Con esto en mente -física y química-, vamos ya con la primera historia…
-EL DUGONGO-
La isla posee un lago y en su orilla los protagonistas encuentran a un dugongo que ataca por sorpresa a «Top». Éste se libra por poco, pero el dugongo es atacado a su vez bajo el agua y muerto de forma misteriosa.

Dugongo (Dugong dugong) o vaca marina. Fuente: resistenciarockandroll.com
Verne insiste en que se trata de un dugongo y no de un manatí!
Los dugongos son mamíferos marinos y tratándose de un lago de agua dulce debería tratarse del segundo. Además, los dugongos son herbívoros y completamente inofensivos, no van por ahí saltando y mordiendo perros!
Pero la intención de Verne es otra: descuida el rigor científico para inyectarnos la sospecha de que el lago posee una comunicación secreta con el mar. Como así es…
El lago Grant ocupa una cuenca granítica en una meseta elevada sobre la costa y después de esta escena nuestros amigos deciden rebajar su nivel para descubrir por donde desagua al mar. Necesitan abrir una brecha en el granito que reviente parte de su orilla.
Para superar este reto precisan de un explosivo muy potente y deben obtenerlo con los recursos que les ofrece la isla. El ingeniero Ciro Smith lo tiene claro: van a fabricar nitroglicerina.
Para ello le dice a sus compañeros que cojan al dugongo y separen por un lado la carne y por otro la grasa, que depositan en unas ollas de barro. Luego, para conseguir uno de los componentes del explosivo, la glicerina, indica que tienen que hacer una saponificación, un proceso químico por el cual se obtiene jabón y glicerina a partir de la grasa.

Hornos para algas en el departamento de Finisterre (Bretaña, Francia). Fuente: Alamy
Bien, la grasa del dugongo ya la tienen. Pero para la saponificación necesitan sosa.
¿Y de dónde la obtienen? De plantas halófilas (salicórneas, que crecen en playas y marismas) y de algas por supuesto!! en particular fucáceas (algas pardas) tal y como especifica Verne en el libro.
El proceso es el siguiente: se dirigen a la orilla del mar donde recogen montones de algas y las entierran en hoyos al aire libre. Allí les plantan fuego durante días para que el calor funda las cenizas y se compacten en una masa gris conocida como sosa natural.
Todo esto que describe Verne no es más que el proceso tradicional que se realizaba en regiones como la Bretaña francesa, donde la transformación de las algas para la obtención de sosa fue una de las primeras industrias químicas del país, activa desde el siglo XVII hasta mediados del siglo XX.
La aplicación más reciente de dicha industria de la sosa fue la obtención de iodo para fines medicinales así como en fotografía. Hoy en día podemos encontrar todavía en Bretaña restos de «hornos para algas» al aire libre como los que citaba Verne.
La extracción de algas fue algo tan prolongado en el tiempo, típico de Bretaña y otras regiones como Normandía y Vendée, que forma parte de su patrimonio histórico y cultural, con numerosas manifestaciones artísticas como «Les goémoniers» (recolectores de «goémon«, en bretón «gwemon«: conjunto de algas en la playa).

Les goémoniers (J.J. Lemordant: 1882-1968). Museo de Faouët. Fuente: tripadvisor
Bien. Gracias a la sosa pudieron saponificar la grasa del dugongo obteniendo glicerina y un jabón soluble que aprovecharon para la vida diaria.
La obtención final de la nitroglicerina sigue un proceso todavía más largo pero no entraré en detalles porque me alejaría mucho del hilo de la historia. Sólo diré que en dicho proceso aprovechan minerales de una mina en la isla e incluso fabrican ácido sulfúrico! Con la nitroglicerina revientan finalmente la roca y rebajan el nivel del lago.
Pero nuestros protagonistas aprovechan la sosa de las algas para conseguir otro producto sorprendente: el cristal.
De hecho la fabricación de cristal gracias a la sosa de algas fue la primera aplicación de esta actividad tradicional en Francia, y se realizó hasta finales del siglo XVIII. El cristal que se obtenía no era de gran calidad por las impurezas de las sales minerales de las algas. Sin embargo, eso le confería un tono verdoso muy útil para las botellas de vino.
En el libro fabrican el cristal «de algas» para colocarlo en las ventanas del Palacio de Granito, una gruta que convierten en refugio y hogar, descubierta tras el descenso del nivel del lago.
-EL VOLCÁN-
Vamos con la segunda historia. Tiene que ver con el final del libro y no posee relación con las algas pero se la voy a contar de todas formas. Merece la pena.
La Isla Misteriosa se titula así porque cuando están en problemas siempre llega la ayuda misteriosa de un personaje desconocido al que intentan descubrir durante toda la novela. ¿Adivinan quién? aviso, les voy a reventar el final de la novela…
…pues un anciano, el último superviviente del Nautilus: Nemo.
Bajo el volcán se encuentra una gruta submarina en la que se esconden dicha nave con su capitán. Al final del relato muere Nemo dejándoles, eso sí, parte de sus riquezas.

«El puerto» (1815-16) óleo sobre lienzo de C.D. Friedrich, se puede contemplar en el Charlottenburg Palace (Berlín). Fuente: Wikimedia Commons
Poco después el volcán entra en erupción, tan violentamente que la isla salta por los aires hecha pedazos: el fin para el Nautilus.
Pero no se preocupen por los personajes de la novela ya que Ciro Smith y sus amigos consiguen escapar de la isla in extremis.
Este final tan exagerado de ciencia-ficción pudo sin embargo estar inspirado por un hecho real acaecido en el siglo XIX: la explosión del volcán Tambora de Indonesia en abril de 1815.
Se trata de la erupción más violenta registrada en la historia y su dimensión fue tal que provocó un «invierno volcánico» en el planeta, alterando el clima de manera global.
Ello provocó una mortandad de cultivos y ganado en Norteamérica y Europa, y una de las hambrunas más terribles del s.XIX. No en vano, 1816 se conoció como «el año sin verano«, debido al descenso de temperatura por culpa de las cenizas del Tambora.
Podemos imaginar el aspecto que tenían aquellos días gracias a obras de arte como «El puerto» del artista alemán C.D. Friedrich, que captó a las mil maravillas los tonos rojizos y las tinieblas de la atmósfera teñida por el volcán.

Tercera edición de «Frankenstein» (Mary W. Shelley), publicada en 1831. Fuente: Wikimedia Commons
Y por qué les quería contar todo esto…pues porque también en 1816, a lo largo de aquel verano tenebroso de fríos aguaceros se escribió otro de los grandes clásicos de la literatura mundial: «Frankenstein» de Mary W. Shelley.
Referencias:
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